Casa rural El Laurel,
la Frontera. Isla de El Hierro.
Miércoles 9 de marzo de 2021.18
horas en la Península y 17 en las Islas Canarias.
Mientras que el mundo
parece derrumbarse a nuestro alrededor y aún no hemos salido de esta pandemia
que nos ha cambiado la vida a todo el planeta y que dura dos años, Putin ha
desencadenado el horror y la tragedia invadiendo Ucrania y provocando muerte,
destrucción y la huida de hasta ahora un millón de refugiados que huyen despavoridos
de esta guerra.
Cuando todo esto
ocurre, nosotros parecemos vivir en la irrealidad, rodeados de belleza y paz,
en este hermoso rincón de una bellísima isla, como fuimos descubriendo día a
día.
Conocerla lo teníamos
pendiente desde hace años, pero la pereza de tener que conectar vuelos nos iba
venciendo. Luego vino la pandemia y ahora, ya pasado un año de mi jubilación y
viendo que los viajes del IMSERSO no nos convencían, parecía llegado el
momento.
Hemos llegado al final del día, de nuestro primer día en la isla y estamos alojados en una pequeña casita rural cuya mejor manera de describirla es decir que es un porche colgado de la ladera de la montaña con el valle a nuestros pies y el océano Atlántico de frente. Este porche se cierra con unas grandes cristaleras y podemos disfrutar de una maravillosa vista desde cualquier punto excepto desde el baño. Todo un lujo que permanecerá en mi recuerdo toda la vida. Desde aquí ya no hay nada hasta América. Y el silencio es absoluto. Se oyen ruidos lejanos, los ladridos de algún perro en la lejanía, u otros que se pierden. A nuestra derecha se levanta un gigantesco muro de piedra que se eleva cerca de 1500 metros, el Tibijabae, perdiéndose entre las nubes y dejándose envolver por ellas. A la izquierda, el campanario, famoso por la serie de Movistar de “Hierro” y las arenas de lucha canaria que también aparecen en esta serie, como otros paisajes de la isla e incluso la casa junto a la nuestra, que identificamos como la vivienda de un guardia civil personaje en la primera temporada de la serie.
A estas horas hace un
poco de fresco y aunque estamos en la terracilla disfrutando de este idílico
lugar mecidos ahora por la suave música de Sabina, estoy con un jersey y creo
que aguantaré poco aquí fuera.
Llegamos ayer al aeropuerto de Valverde de El Hierro, a las 17 hora canaria, después de haber tomado antes otro vuelo que desde Madrid nos dejó en el aeropuerto de Tenerife Norte. Hora y media después un segundo avión de Binter nos depositaría después de 40 minutos de vuelo en esta isla, la más pequeña de todas. Atrás dejamos imágenes del Teide manchado de blanco, elevándose majestuoso sobre la isla de Tenerife, y la costa norte con los acantilados de los Gigantes.
Tras aterrizar
recogimos un coche en CICAR, un Opel astra (unos 150 euros por 6 días) para
dirigirnos a La Frontera a unos 30 minutos del aeropuerto, y mejor medir las
distancias en tiempo, ya que como casi todas las islas presenta una orografía
accidentada donde a veces recorrer una distancia de 20 km nos llevaba una hora.
Rumbo a nuestra casa ( HI-1 2 Los Corchos, La Frontera. Reservada a través de booking) antes haríamos dos breves paradas, la primera a llenar el depósito y la segunda, a comprar algún alimento para poder cenar y desayunar. El COVID obliga a retirar todo tipo de alimento o condimentos de los apartamentos o casas de alquiler así que no tendríamos ni sal, ni azúcar, ni aceite, ni nada de nada.
El alojamiento tiene
un pequeño aparcamiento al lado compartido con la otra casa. Tras sorprendernos
por la situación privilegiada en que se encontraba, gozando no solo de unas
espléndidas vistas sino también de una paz inmensa, tomamos posesión de ella,
deshicimos el equipaje, cenamos lo poco que pudimos encontrar en un
supermercado de supervivencia y nos fuimos a dormir rodeados ya por la
oscuridad de la noche que podíamos contemplar desde nuestra cama a través de
los transparentes visillos que nos abrían el ventanal a la inmensidad. Abrimos
la botella de vino de la tierra, obsequio de María, la propietaria de la casa,
que estaba delicioso. La piña también de la tierra, y la papaya que acompañaba
esta botella la disfrutaríamos en otro momento.
LA FUERZA DEL FUEGO Y DEL VIENTO.
El Faro de Orchilla y la sabina
Y a las 7 (las 8 hora
peninsular) comenzamos a notar la claridad del día y la luz poco a poco va
tomando posesión y dibujando el horizonte. Es un privilegio poder contemplar
este espectáculo desde la cama: el valle se abre a nuestros pies
terminando en el azul del océano y a mi derecha este impresionante muro que
parece vigilarnos y a la vez protegernos.
Desayunamos como en casa y partimos rumbo al Oeste de la isla, hacia el Sabinar para visitar en primer
lugar la sabina símbolo de la isla y que tantas veces habíamos visto en
imágenes. Deseábamos tenerla delante de nosotros.
Paramos en un supermercado a comprar pan a la vez que unas ensaladas ya preparadas para mezclar y comer y dejamos atrás Tigaday para circular por una carretera recta pero que parecía un tobogán gigante partiendo el malpaís y dejando a un lado una inmensa pared y al otro una abrupta costa de lava.
Lo primero que capta nuestra atención son los colores, variados, vivos, intensos: marrones, ocres, rojos, verdes y el intenso azul turquesa del mar. Una belleza. Lo segundo el sentimiento de paz y relax que va aumentando a medida que nos desplazamos hacia el oeste. Parece que por aquí hay más árboles que personas.
Así circulamos por esta fácil carretera subyugados por este paisaje casi lunar hasta comenzar a ascender hacia la ermita de la Virgen de los Reyes, patrona de la Isla. Aquí la carretera se ha estrechado hasta tal punto que en algunos sitios no cabemos dos, o si lo conseguimos es apretándonos bastante. Además de estrecha, trepa por la ladera retorciéndose para ganar altura despacio.
Nos cruzamos con un pequeño camión de basura, pero todos somos conscientes del tamaño de la carretera y vamos muy despacio así que no hubo mayor problema aunque reconozco que el punto de cruce fue bueno. Luego nos dirían que si la carretera es complicada también es cierto que nunca ha habido un accidente porque todos extreman la precaución. En nuestro ascenso comenzamos a ver alguna sabina retorcida que capta nuestra atención. Nos paramos en la carretera para acercarnos a una.
Nos topamos con la ermita y la visitamos y aunque no tiene mayor relevancia que el cultural y tradicional para los herreños, el entorno es hermoso. La historia cuenta que la Virgen de los Reyes abasteció milagrosamente de agua de lluvia a los habitantes de la isla en una de las peores épocas de sequía vividas en la isla. Desde entonces, cada cuatro años y en su honor, se celebra la Bajada de la Virgen de los Reyes hasta la capital, fiesta popular por excelencia de la isla. La dejamos atrás para continuar hacia el sabinar. Pero…a los pocos metros desaparece el asfalto y se convierte en una pista de arena.
CICAR nos había
advertido al retirar el coche que el seguro a todo riesgo solo cubría sobre
carretera de asfalto y no sobre caminos o pistas, así que nos quedamos parados
frente a ella pensando qué hacer. Nos separaban de nuestro destino (27.748762;
-18.126835) unos dos kilómetros y medio. Sobre un mapa que recogimos en la
oficina de turismo del aeropuerto observé que aunque fuera de tierra, era una
carretera, en concreto la HI 506 así que no comprendía mucho esta limitación.
De hecho, cuando leí posteriormente el contrato se refería en concreto a la
conducción "fuera de carreteras" y esta lo era sin referirse al suelo de las mismas, aunque también añadía otros lugares que puedan "suponer un deterioro
para el vehículo", lo cual resulta muy ambiguo ya que a veces hay pistas de tierra en mejor estado que carreteras asfaltadas mal cuidadas. En una palabra, esta limitación tal como
estaba escrita daba lugar a interpretaciones y no resultaba clara, pero, mejor
no tenerlo que aclarar porque seguro que saldríamos perdiendo.
Una distancia de 2,5
kilómetros, más otros tantos de vuelta y los que teníamos que caminar desde el
aparcamiento a la sabina, era demasiada distancia para andar por una pista poco
atractiva, así es que pusimos la primera y muy despacio nos adentramos por la
carretera de tierra viendo que no parecía complicada y que estaba en buen
estado. En poco tiempo recorrimos la distancia y aparcamos el coche. Aquí la
pista se bifurca en dos, una, a la derecha, se dirige al mirador de los Bascos,
y otra hacia la izquierda nos lleva al sabinar.
Comenzamos a ver sabinas con sus retorcidos troncos que salpicaban aquí y allá la ladera. Abandonamos el camino para acercarnos a un grupo de ellas.
Es impresionante como el viento las ha modelado y doblegado hasta hacerlas tocar el suelo y como ellas, sin rendirse, se mantienen milagrosamente vivas, a veces nos cuesta trabajo encontrar el hilo que las mantiene unidas a la tierra, pero ahí están. Deben ser muy viejas, pero nos resulta imposible calcular su edad. Alguien las definió como “guardianas del viento” y creo que es una definición, aparte de poética, bastante precisa.
Desde este grupo,
vemos a lo lejos lo que debe ser la famosa sabina símbolo de esta isla, así que
recuperamos el camino para dirigirnos a ella.
Ya a sus pies, contemplamos su retorcido y viejo tronco, y casi me duele la espalda al contemplar su contorsionismo. Parece que se sujeta al suelo más por su copa que por sus raíces. Es de una belleza singular y siento que es ella la que nos observa en esta imposible posición, que nosotros a ella. Es sólida, magnífica, hermosa…Está protegida por una cuerda alrededor que impide que nos acerquemos, aunque solo verla infunde un inmenso respeto y nos mantenemos alejados sin dejar de mirarla según la rodeamos. Aquí no puedo practicar la costumbre que he adquirido de abrazarme cuando veo un ejemplar lo suficientemente viejo tratando de fundirme con él. ¡Si me pudiera contar todo lo que ha visto!!!
Este maravilloso ejemplar al que calculan unos 500 años, ha soportado durante siglos el endiablado golpe de los vientos alisios inclinando su copa hasta tocar el suelo en la misma dirección que el viento. Las otras sabinas cercanas, al estar más resguardadas por el relieve, no presentan esta forma tan tumbada.
Si bien los
vientos alisios suelen tener una velocidad constante de unos 20km/h, en esta
zona su intensidad de multiplica, de ahí estas retorcidas formas. De hecho, en
la senda de Llania que haríamos unos días después, pudimos contemplar tres o
cuatro magníficos ejemplares perfectamente rectos y de gran envergadura.
En el coche de nuevo,
decidimos poner rumbo al Faro de Orchilla
(27.706459, -18.146983), el más
occidental de Europa (lo añadiríamos al faro más al Norte del mundo, el de
Ganvik en Noruega donde estuvimos ya). Tenía programada su visita para el día siguiente, pero
decidimos no circular dos veces más por esta estrecha carretera, así que lo que
no pudiéramos ver hoy, lo podríamos visitar mañana prescindiendo de este
sinuoso y estrecho recorrido ya que era la misma carretera.
Descubrimos este faro en la lejanía detrás del enorme cráter de un volcán y en medio de un desolado paisaje de lavas donde los tonos rojos, marrones, ocres y negros dominaban, salpicados por el verde de algunas plantas que aquí y allá ponían el punto de color en este paisaje marciano. Junto a este faro un camino dirige a donde en su día estuvo el meridiano cero.
Situado en una de las zonas más tranquilas, remotas y espectacularmente hermosa, los alrededores de este faro conforman un paisaje de peculiar y salvaje belleza. El faro en sí no tiene mayor interés que su situación en la zona más occidental de Europa abierto a un océano tranquilo. Pero su ubicación es espectacular.
Había leído que había un tubo volcánico al que se puede acceder y caminar por él ya que tiene entrada y salida, con una longitud total de 160 metros, pero lógicamente había que llevar linternas ya que no estaba abierto a la visita. A la izquierda del faro sale un sendero que se dirige a una cruz y observamos derrumbes que forman grandes cavidades. Muy cerca podemos ver las escaleras que se adentran en el tubo. Descendemos los escalones y nos internamos un poco en la cueva, pero no nos parece segura, así que observamos la lava solidificada que cuelga del techo pero donde el tubo se estrecha decidimos dar la vuelta. Luego supimos que es lo mejor que pudimos hacer ya que no es seguro, se producen derrumbamientos y no hay cobertura de teléfono dentro.
Una vez fuera observamos como a lo largo de este paisaje se extienden en algunos puntos rectos abultamientos que sobresalen del terreno como si fueran grandes cañerías o venas hinchadas y en muchos lugares la costra superior se había desprendido dejándonos ver el hueco, como si esa tubería estuviera agujereada. Curioso y singular paisaje volcánico del que nos vemos rodeados y por el que caminamos con sumo cuidado por la cantidad de aristas puntiagudas que tienen las rocas de lava. Una torcedura de pie es fácil y caerse, peor, así que caminamos asegurando los pasos.
Dejamos el faro para
descender por una carretera estrecha hacia el embarcadero donde hay un merendero. Allí, en unas mesas
rudimentarias y protegidos del viento y del sol
bajo unos sombrajos, nos tomamos nuestros bocadillos en la compañía y
con la conversación de una pareja de jóvenes tinerfeños que estaban acampados
allí pasando unos días de vacaciones.
Rumbo ya a nuestra casa pasando antes por el Pozo de la salud, donde el mar se batía bravo contra los acantilados volcánicos dejando una gran franja de espuma blanca.
Desde el siglo XIX las aguas de este pozo son consideraras curativas. A raíz de la escasez de agua en la isla se perforó el pozo y poco después se descubrió los beneficios que comportaba beber de ella. Incluso se llegaron a exportar garrafones a Cuba y Puerto Rico. Desde mediados del siglo pasado sus aguas son consideradas Bien de Utilidad Pública por sus propiedades.
Poder bañarse en ellas es posible en el Balneario Pozo de la Salud
donde poder tratar problemas digestivos, dermatológicos y reumáticos. Además,
se puede visitar el antiguo pozo con las piedras originales. El antiguo
edificio junto al actual balneario se encuentra abandonado.
También decidimos
asomarnos al Charco azul, pero vimos que había un pronunciado descenso y
estábamos ya cansados así que lo aplazamos para la mañana siguiente. Ahora ya
regresaríamos a casa.
Y llegar a nuestro "refugio", al que durante estos días sería nuestro hogar, es una delicia. Es un
rincón privilegiado, tranquilo, aislado, pero bien comunicado ya que hay viviendas
alrededor pero suficientemente alejadas para disfrutar de esta paz, para que
nadie moleste ni puedas molestar. La vivienda es pequeña pero suficiente y está
llena de pequeños detalles que hace que de forma casi inmediata puedas sentirte
como en tu casa, así que regresar pronto, a las 17 horas, es todo un
placer.
Cuando llegamos estaba el coche de Susi, la persona encargada de la limpieza y acondicionamiento de nuestra casa y de la otra cercana unos metros más abajo. Mantuvimos una agradable charla descubriendo la misma característica que encontramos en la pareja del merendero del faro de Orchilla: su sencillez y tranquilidad y lo poco que necesitaban para sentirse tranquilos y felices, igual que el conductor que nos llevó al aeropuerto que afirmó haber renunciado a unos considerables ingresos, por estar más tiempo con su familia. Ninguno de ellos quería más: unos jóvenes con una tienda de campaña de decathlon, otro ya no tan joven, con su coche con casi 200.000 km y desde un pequeño pueblo de Toledo, o Susi la que tenía más años de todos que, con su trapo y escoba, valoraba poder organizarse su tiempo y tener lo suficiente para vivir y disfrutar de su familia.
Nos dejamos envolver
de nuevo por la oscuridad de la noche sin dejar de contemplar el maravilloso
espectáculo que se abría desde el balcón, tomamos nuestra cena y pronto, nos
fuimos a la cama. La noche anterior debimos extrañar la cama y ninguno de los
dos conseguimos dormir bien, así que prácticamente nos desmayamos y ya hasta las 7 de la mañana del día
siguiente.
LOS COLORES.
El charco azul, arco de la Tosca, arenas blancas, y la Hoya del pino
Hoy nos hemos movido
con mucha tranquilidad. Después de nuestro desayuno nos hemos preparado para
salir deteniéndonos antes en el mismo supermercado que ayer para comprar pan y
unas ensaladas. Después he estado buscando una crema que me habían encargado y
que no conseguí encontrar, así que nos han dado las 10,30 de la mañana.
Y por la misma
carretera que circulamos ayer, ponemos rumbo al “arco de la Tosca”, pero
paramos antes en el Charco Azul
(27.761165, -18.038834) y esta vez descendimos.
En las escaleras paramos al observar un trozo que contiene lava cordada muy marcada para continuar después.
Hay que tener buenas piernas, porque aunque es corto, el tramo de bajada es intenso. Abajo descubrimos un lugar adaptado para el baño donde hay dos pozas con aguas mansas y otra en una especie de cueva con una piscina de aguas tranquilas y un murete protegiéndolo del oleaje y por donde entraba el agua. Pero, hoy el mar estaba muy agitado, así que no pudimos contemplar su característico color azul que le da nombre. Por el contrario contemplamos como las olas entraban violentamente en esta especie de piscina.
Aparcamos en la carretera junto a una pista que se dirige hacia la costa.
Tras caminar unos doscientos metros llegamos al mar y contemplamos uno de los paisajes más impresionantes que hemos visto: frente a nosotros el arco volcánico de la Tosca de lava de un tono rojizo pardo suspendido sobre el mar. Armoniosamente curvado, se extiende sobre dos acantilados formando una puerta a través de la cual el agua del océano se cuela en un incesante vaivén. Su altura total es de 25 metros por lo que resulta el más grande la isla.
A nuestra derecha e izquierda se extiende una escarpada costa volcánica que termina en acantilados de basalto de varios metros de altura donde rompen violentamente las olas elevándose varios metros. La actividad volcánica junto con la erosión marina han dado lugar a este impresionante paisaje. Podemos ver columnas de basalto salpicando estos acantilados.
El azul intenso contrasta con la espuma blanca del mar formada al
romper contra el negro acantilado. La costa se continúa en un juego de colores
ocres, marrones y rojizos. Un malpaís espectacular que se cierra con una
muralla que se eleva vertiginosamente hacia el cielo.
Una senda cómoda y bien trazada une este punto con la playa de arenas blancas y va discurriendo a lo largo de la costa hacia el Norte. Es cómoda pero el paisaje, sin dejar de ser impresionante, resulta algo monótono y hacer kilómetros no nos va a aportar mucho más de lo que vemos ahora, así que después de andar un poco decidimos dar la vuelta para dirigirnos ahora la playa de arenas blancas.
Junto a la señal que lo indica dejamos el coche aparcado con otros ya que no queremos arriesgarnos más de lo necesario y caminamos unos 300 metros hasta encontrar la playa.
Y es
cierto que es de arena blanca, la única de este color en la isla aunque
esta “arena”, en realidad son fragmentos
de conchas de moluscos marinos que le otorgan este color blanquecino. Esta “arena” se
alterna con rocas y vegetación ya que las primeras no han terminado de
erosionar. Su color es su peculiaridad
más destacada y sería la única playa que visitáramos ya que para llegar a la del Verodal había que
caminar más de un kilómetro, por lo que desistimos de hacerlo.
Ahora ya pusimos
rumbo a la Fuente de Mencáfete , en el
centro de la isla. El navegador nos dirige por una carretera que discurre
paralela a la costa pero más hacia el interior, por la ladera con alguna que otra curva cerrada. En un
momento determinado nos pretende llevar por un carreterujo de cemento de pendiente muy pronunciada por lo
que decidimos no tomarla y continuar.
Casi llegados cerca de nuestra casa, comenzamos a ascender por una estupenda carretera que no tiene nada que ver con la primera desviación por donde el navegador pretendió introducirnos. Luego veríamos que se trataba de un atajo pero por carretera sin asfaltar.
En pocos kilómetros el paisaje comienza a cambiar para
vestirse con brezos y fayas y otro tipo de vegetación pintándolo todo de verde
a nuestro alrededor. Cuando llegamos a nuestro destino, una señal en el inicio
de una pista de tierra nos indica la fuente, pero el navegador nos marca cinco
kilómetros de los cuales tres son por esta pista de tierra y los dos restantes,
caminando. Angel se baja para asomarse y aunque dice que parece estar en buen
estado, decidimos no arriesgarnos, porque ver la sabina es imprescindible
correr ese riesgo, pero pasear por un bosque de fayas y brezos, habiendo otros sitios, no lo es.
De casualidad descubrimos en nuestro mapa un merendero que dista 750 metros de donde estábamos hacia arriba, así que decidimos dirigirnos allí. Una señal en nuestra carretera nos desvía para depositarnos unos 300 metros después y por carretera de asfalto en el aparcamiento ante el que se abre un precioso espacio verde salpicado de fayas y con grandes mesas y bancos, con barbacoa, baños y parque infantil. Para nosotros solos.
Un guarda nos dice
que hay una senda circular de aproximadamente una hora que nos introduce en
este bosque, así que, aunque después de comer yo ya no soy nada, decidimos
hacerlo.
Al principio parece fácil y la senda nos guía por un espeso y verde bosque de fayas y brezos, con el suelo tapizado de vegetación variada, con verdes helechos y con musgos y líquenes tapizando los troncos. Disfrutamos mucho de este lugar que siempre nos resultan mágicos.
Pero la senda comienza a ascender de forma pronunciada y no deja de hacerlo hasta 40 minutos después de haber iniciado la subida. Sinceramente, con el bocadillo en el estómago se me hace muy dura y larga y no disfruto tanto de la belleza de este rincón como lo hubiera hecho de ser de una pendiente menos pronunciada o haberla hecho a primera hora de la mañana.
Después de estos
cuarenta minutos, dedicamos los veinte restantes a su descenso y aquí duelen
los dedos de los pies. Senda “rompepiernas”. Breve, pero intensa.
De regreso ponemos rumbo al centro de interpretación y lagartario pero cuando llegamos queda tan solo una hora y media para su cierre así que como nos dicen que necesitaríamos dos horas mínimo, aplazamos su visita para mañana. Comprobaríamos al día siguiente que esas dos horas en realidad no son necesarias.
Y terminamos la jornada subiendo al campanario en la Frontera, el campanario de Joapira, por estar en la montaña de este nombre y que en realidad es el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, escenario también de varios episodios de la serie Hierro.
Desde esta atalaya tan curiosa se domina prácticamente todo el extremo oriental de El Golfo y podemos contemplar también nuestra casa, un punto en la ladera.
Esta noche abrimos
la piña de la tierra que generosamente nos obsequiaron. Pequeña, pero
deliciosa. Nos duraría una noche más. Y al igual que la noche anterior, aunque
quizás un poco más tarde, nos fuimos a dormir y aunque me repita no me cansaré
de decir que lo hicimos disfrutando del silencio y armonía de este tranquilo
lugar.
DE CHARCO A CHARCO. LA ADAPTACIÓN.
Charco de los Sargos, La Maceta, Pozo de las Calcosas, Charco Manso, Tamaduste. El Ecomuseo.
Tras tomar nuestro
clásico desayuno de tostada con mantequilla y mermelada o con aceite y sal y un
buen café y después de comprar pan para nuestros bocadillos, partimos con rumbo
Norte.
Nuestra primera
parada fue en el Charlo de los Sargos (27.783185,
-18.011808), otra piscina de baño de la isla y muy cerca de nuestra casa.
Tras aparcar toca, como no, descender. Encontramos una zona que la habían adaptado para el baño haciendo unas pozas donde el mar entraba permitiendo la renovación del agua. Fuera, el mar parecía hoy más bravo que ayer y casi daba miedo.
Descendemos completamente, calculando antes donde golpeaba el agua en alguno de sus cíclicos movimientos porque realmente estaba violento. Cuando miramos hacia abajo el mar parece más una trituradora y si caemos o una ola nos arrastra el resultado sería catastrófico.
De regreso no puedo evitar parar en una platanera que está abierta. Entro y disfruto unos breves instantes de ella. No parece haber nadie así que no sintiéndome cómoda, me voy.
Y mi intención habría sido visitar una plantación de piñas, pero no encontramos ninguna en nuestro camino en la que pudiéramos parar o que estuviera abierta para asomarme. Todavía recuerdo la primera vez que vi una. Contaba nada más y nada menos que con 54 años y fue en Tailandia. Posiblemente los jóvenes que viajan ahora con tanta facilidad a cualquier parte del mundo sonrían o se rían cuando lean esto, pero cuando nosotros rondábamos los veintipocos años era toda una aventura viajar solo fuera de España. Destinos europeos eran toda una novedad así que mucho menos se pensaba en otros continentes. El paso de los años, el abaratamiento de los vuelos y la globalización, entre otros factores, fueron permitiendo que viajar a cualquier parte del mundo fuera fácil y hacerlo a Europa fuera como pasear por casa.
Del Charco de los Sargos nos dirigimos a La Maceta (27.786544, -18.008112) , de nuevo, otra de las piscinas de las que disfruta esta isla.
Aquí el agua estaba tranquila debido a un muro que separaba la bravura del mar de estas pozas cristalinas y tranquilas. Incluso hay una valiente pareja que disfruta de un baño.
Ahora ponemos rumbo
al mirador de la Peña, pero me desoriento al ver una señal que dirige al Pozo de las Calcosas (27.839616, -17.948066) y la memoria me juega una mala pasada y tomo la decisión de conducir hacia el Pozo sin darme cuenta de que dejo atrás el mirador que tendremos que visitarlo ya
mañana.
Tras circular por carreteras solitarias y entre suaves lomas verdes y despobladas que nos acercan al mar, llegamos a una zona con unas pocas casas y un aparcamiento.
Pero cuando nos asomamos al acantilado nos quedamos estupefactos: abajo, al final de una pared vertical por la que desciende un camino en pronunciado desnivel, aparece un conjunto de casas de piedra volcánica negra con techos de paja que se apiñan en un pequeño espacio junto al mar y detrás de una gran balsa de agua que es una piscina.
La bajada es dura, pero tenemos que hacerla. Carteles informan del riesgo real de desprendimientos y por tanto, si se camina por allí es bajo tu entera responsabilidad.
Descendemos por un camino empedrado de gran desnivel y llegamos a la primera casita habitada en la que vemos solo una señora. Cuando nos acercamos al resto del núcleo entablamos una breve conversación con unos lugareños que hacen obra en lo que es su vieja casa. Llena de curiosidad lo primero que les pregunto es como llevan los materiales para hacer la obra y responden que “a mano” como lo han hecho toda la vida. Comentan que hubo una grúa pero se rompió el cable y ahora "costas" no permite poner otra, aunque pueden pagar una “carretilla eléctrica” y por 20 euros les lleva los electrodomésticos u otros enseres pesados para lo cual la senda que tiene pequeños escalones presenta en uno de sus extremos una rampa por donde montan los carriles. Nos dicen también que la primera casa donde hemos visto una señora, está alquilada y comprobamos después que no son nada baratas, más o menos el mismo precio que nos cuesta a nosotros la nuestra.
Este pueblo escondido es al parecer una de las zonas más antiguas de la isla y es una auténtica maravilla. Sin duda alguna que es un lugar para desconectar de todo, es un sitio muy peculiar con una belleza única, pero venir aquí es traerte todo y quedarte varios días. Ellos, los originarios de aquí, nos dicen que se pasan el verano, que serán unas 70 casitas y que llegan a reunirse unas 200 personas funcionando como una gran familia, como no puede ser menos en un sitio tan aislado como este, donde quedarte sin azúcar o sal puede ser un pequeño drama.
Descendemos hasta abajo del todo caminando entre lo que parecen calles estrechas en las que se alinean pequeñas casas modestas de piedra de lava con techo de centeno llamados tejados de colmo, en desuso actualmente, aunque aquí vemos que alguna ha sido restaurada con este tipo de tejado.
Caminamos por lo que casi nos parece un escenario irreal para terminar en un espacio plano sobre piedra de lava y abierto al mar. A continuación se abre una piscina de aguas tranquilas por la que entra el agua del mar que salta unas paredes que la protegen de las aguas bravas.
El lugar desde luego no deja indiferente a nadie y hay que atreverse a bajar, aunque se tenga que pensar más de dos veces si se hace. Una lástima ver que había gente que se asomaba, descendía un poco pero se daba la vuelta.
Ascendemos penosamente esta casi interminable rampa que escala el acantilado para ir al aparcamiento y poner rumbo al Charco Manso (27.847946, -17.923615) otras piscinas naturales. Pero una imagen completamente inusual y fuera de lugar, me distrae y es que veo a un casi venerable anciano completamente desnudo paseándose por el aparcamiento. Pero ¿qué haría allí? Ni siquiera tiene la playa cerca. Me quedé tan perpleja que me equivoqué y me metí en una calle que terminaba en un camino de tierra, así que aún sorprendida por la visión, regresé sobre mis pasos para esta vez, sí, dirigirnos por una estrecha carretera a estas piscinas.
La carretera se introduce por un hermoso paisaje desarbolado y caracterizado por suaves lomas con la vegetación de la isla. Descendemos hasta llegar a este lugar.
Una vez allí somos de nuevo testigos de la violencia del mar que parece no dar tregua.
La “mansedad” del charco es solo de nombre. La violencia de las aguas durante toda nuestra estancia en la isla nos impediría disfrutar de fotografías idílicas que habíamos visto obtenidas en estos “charcos” o piscinas naturales donde se ven aguas transparentes de un intenso color azul.
Aquí de nuevo, aguas agitadas que se estrellaban e incluso “bufaban” en los agujeros de la costa. Espuma blanca y aguas azules. Y descubrimos otro hermoso arco de lava sobre el mar.
Ahora ponemos rumbo
directo a Tamaduste y aunque el pueblo no
tiene el menor interés, sí parece tenerlo su entorno volcánico protagonizado
por el cono de un enorme volcán que se eleva detrás de este pueblo con sus
casitas blancas en vivo contraste con su hostil entorno.
En un aparcamiento se inicia una senda (27.825890, -17.893326) que a lo largo de la costa se dirige al norte entre un mal país espectacular. Caminamos un poco hasta que vemos como la senda asciende y nos “desinflamos”. No nos apetece mucho caminar más, hace calor y ahora estamos rodeados de la más absoluta desolación en medio de un paisaje de lava sin ver el océano, nada más que lava por todos los lados, así que, siendo además la hora de comer, decidimos regresar para poner rumbo a Valverde de El Hierro a comer en un sitio que parecía tener buenas críticas. Pero, …no fue muy bueno. Lo definiría como vulgar y la relación calidad precio, normal. Nada del otro mundo.
Después, dudamos entre visitar la capital o dirigirnos al Ecomuseo, y nos decidimos por lo último dejando para mañana esta visita.
Este "Ecomuseo" se encuentra situado en Frontera, cerca de casa. Formamos un grupo de cuatro personas y acompañados por la guía visitamos en primer lugar un tubo volcánico en el que entramos por una puerta abierta como cueva, saliendo por un jameo.
Después, siempre acompañados de guía, nos dirigimos hacia el lagartario donde pudimos disfrutar de los hermosos ejemplares del lagarto de esta isla, aunque únicamente pudimos visualizar claramente dos.
Durante un tiempo se creyó que estos lagartos se habían extinguido hasta que los encontró un pastor. Desde entonces, recuperados en este centro, ha habido intentos de reinserción que han fracasado ya que bien las ratas o los gatos terminan por comérselos y el único sitio donde parece que no tienen estos depredadores es en el Roque Sarmor donde nos dice que puede haber hasta un centenar de ellos.Tras la visita a estos dos lugares, nos dejó que visitáramos el poblado que forma parte de este museo y que al parecer estuvo habitado hasta 1950. Es curioso como las casas, construidas en piedra volcánica con techumbre de paja (colmo), se integran por completo en el paisaje ya que desde ningún sitio podemos verlas. Desde nuestro alojamiento podría distinguirse el poblado, pero no lo conseguimos pese a conocer su situación.
A través de una ruta guiada vamos descubriendo la evolución de las viviendas con sus enseres desde el siglo XVII hasta mediados del XX.
El interior de las viviendas conserva mobiliario y enseres de la época, y a través de ellos vamos observando como evolucionan, desde la escasez y pobreza que hay en las primeras viviendas para luego ir llenándose de objetos diversos y variados según caminamos en el tiempo.
Y según paseamos por sus calles, según nos asomamos a sus viviendas y tratamos de imaginarnos la vida en este lugar recuerdo lo que mi abuelo, que si viviera hoy superaría el siglo,
me decía: “hija, mucha miseria, eso era lo que había, miseria”. No olvidemos que las viviendas que visitamos han estado habitadas hasta hace solo 75 años atrás. Lo que han vivido nuestros abuelos e incluso padres con lo que vivimos ahora nosotros casi no tiene nada que ver y parece que en vez de 70 años ha transcurrido más de un siglo.
Todavía recuerdo lo que me dijo mi abuela que había sido para ella el mejor invento del siglo: la lavadora. Un artilugio que a nosotros nos parece de lo más cotidiano a ellas les resolvió el tener que llevar la ropa al río o a una fuente que a veces estaba alejada del pueblo, lavarla a mano, en verano y en invierno teniendo que romper el hielo, enjabonarla, frotarla, aclararla y ponerla al sol para que secase sobre rocas para luego, recogerla. Y la ropa no era tan ligera como ahora e incluían también las sábanas. Aquella labor solo tenía una gran ventaja: el lavadero era el sitio de reunión de las mujeres del pueblo donde podían charlar tranquilamente sin la vigilancia de los hombres. Lo más parecido a un “recreo”.
Pero continuo con mi relato que los años me traen recuerdos y asociaciones inevitables.
Aunque en
realidad de este día tengo poco más que contar. Una vez más, disfrutar de
nuestra casa fue una delicia, tomamos nuestra cena y pronto nos fuimos a la
cama sin dejar de gozar de toda la belleza que nos rodeaba y de la serenidad
del lugar.
DEL CIELO AL OCEANO.
Las Puntas, Mirador de la Peña, Valverde de El Hierro, Coste Este y el Mirador de Isora.
Como siempre, los amaneceres desde este balcón sobre el océano son una maravilla, no me canso de disfrutarlos ni de contarlos. Desde la cama podemos contemplar como la luz vence a las tinieblas y se abre paso iluminando la inmensidad que nos rodea. Y pienso en lo que deben ser las puestas de sol en una primavera más avanzada o en el verano ya que supongo que se pueden disfrutar desde aquí mismo y deben ser …maravillosas. Ahora el sol se esconde detrás del macizo del sabinar a nuestra izquierda.
Nuestro primer objetivo de hoy son “las Puntas” y lo que en su día fue el hotel más pequeño del mundo con tan solo cuatro habitaciones.
Lo encontramos en un espigón que se introduce en el mar que también hoy está bravo, y si cabe, hasta más que los días de atrás.
Desde este espigón observamos como cíclicamente se forman unos muros de agua azul que se elevan amenazadores dirigiéndose a la costa para romper con gran violencia elevándose varios metros y rompiéndose en espuma blanca. Lo hacen también contra este espigón y en un momento determinado casi creemos que podemos ser atrapados por una ola. Incluso podemos oir como “ruge” el mar que emite un ruido sordo y amenazador.Y ahora sí ponemos rumbo al Mirador de la Peña donde Cesar Manrique ha diseñado un restaurante y como todo lo que diseña él es sencillamente espectacular.
Lo encontramos encaramado en lo alto de un risco que se abre hacia el océano quedando prácticamente colgando.
Cerrado por grandes cristaleras del techo al suelo y de un extremo a otro, el paisaje es sencillamente espectacular y nos deja el océano a nuestros pies a vista de pájaro. Incluso un helicóptero vuela más bajo que nosotros.
Dentro encontramos
un jardín donde de nuevo Cesar Manrique juega con la luz, el espacio, la
naturaleza y los colores. Y a excepción de dos camareros, lo disfrutamos en
completa soledad.
Ahora ponemos ya rumbo a Valverde de El Hierro, a la capital.
Fundada a finales del siglo XV, dependió del señorío de los condes de La Gomera hasta su emancipación política, obtenida en el siglo XIX. Debido a un pavoroso incendio ocurrido un año antes del siglo XX, las huellas de su arquitectura canaria original quedaron desfiguradas.
Aparcamos a escasos 200
metros de la plaza donde se encuentra la iglesia y el Ayuntamiento, escenario
de algunos episodios de la serie Hierro. Todo tiene ese toque colonial, ese
aire especial que caracteriza los edificios históricos de otras capitales de
las islas, la piedra negra, contrastando con el blanco de la cal.
Pero al margen de este
rincón, la capital no parece tener nada más así que ponemos rumbo al Parador Nacional, dejando atrás el
puerto donde llegan los ferries.
La carretera discurre paralela a la costa a lo largo de seis kilómetros de arena negra y con un muro inexpugnable a nuestra derecha, un anfiteatro de nueve kilómetros de largo y mil metros de altura. Esta carretera termina en el parador.
Aparcamos y lo
atravesamos para salir a su playa y si tuviera que dar un calificativo a este
edificio, algo que lo definiera en una palabra sería el de triste.
Regresamos parando en el mirador del Roque Bonanza, en un “apartadero” a la entrada de un túnel que a través de un semáforo da el paso alternativo de vehículos.
Esta formación volcánica que sobresale del mar se eleva en medio del océano solitario con el parador al fondo y parece la curiosa silueta de un dragón empujando una piedra. Antiguamente se accedía por una retorcida carretera que bordeaba la costa, pero los desprendimientos continuos obligaron a la creación de este túnel estrecho que atraviesa el Barranco del Moro.
De regreso dejamos atrás nuevamente Valverde. Y cuando pasamos por el mismo sitio dos veces en un corto espacio de tiempo es cuando se toma conciencia de lo pequeña que es esta isla.
Decidimos dirigirnos al árbol Garoe. En
nuestra ida habíamos pasado por una señal que indicaba 3 kilómetros de distancia por una
pista forestal. Seis kilómetros en total, y por una pista, no nos resultaba muy
atractivo, pero como era pronto pusimos rumbo al lugar.
Pero en nuestro camino pasamos por el restaurante “la Pasada” que nos recomendó ayer un herreño en el Pozo de las Calcosas así que allí nos quedamos, en su terracita. Y es aquí donde pudimos comprobar la “relatividad del tiempo” ya que tardaron media hora en tomarnos nota y quince minutos más en servirnos. Lo que ya nos habían advertido, pero en realidad nos dijeron “tienen que esperar un poquito” y lamentablemente no les pedimos la definición de ese “poquito”. Así que todos los que esperábamos en la terraza terminamos matando el hambre mojando el pan en el mojo (comprobamos claramente su “definición”) y mantuvimos además, una charla común que entretuvo nuestra espera compartida.
Pero, sinceramente mereció la pena. Una ensalada original de
la casa donde se mezclaba la lechuga el tomate, el pepino, cebolla, pimiento
rojo, huevo duro con manzana, kiwi y plátano. Después yo disfrute de un
delicioso solomillo muy bien hecho con salsa de queso y Angel de pulpo. Todo
delicioso y abundante. 38 euros con una quesilla de postre, una especie de flan
de queso. Vimos que otros comensales pedían “garbanza” que son garbanzos.
Como nos dieron las 15,30 decidimos no parar ya en el árbol Garoe porque entre otras cosas no tenía muy buena puntuación de los visitantes (3/5) para dirigirnos directamente al mirador de Isora.
Nos encontramos con algo de niebla que se disolvió según pasábamos. El mirador de Isora que se encuentra a 800 metros de altura, es un lugar espectacular desde donde se contempla toda la zona que va desde los roques Bonanza hasta el parador. Está muy preparado con dos o tres niveles de observación. Desde allí vimos también que partía alguna senda que se introducía en un espacio de especial protección.
Ahora pusimos rumbo al mirador de Jinama y de Fireba, pero ya llegando al primero nos sorprendió una densa niebla que nos impedía ver más allá de los dos metros así que renunciamos al de Jinama para dirigirnos al de Fireba, pero aunque la niebla aquí tenía menor densidad, no nos permitió ver nada aunque si disfrutar del encanto de este fantasmagórico paisaje que para mi tiene una belleza especial con los rayos del sol colándose entre la niebla y abriéndose paso entre las ramas de los pinos.
La verdad es que tiene una belleza muy especial.
Me asaltó la duda sobre si mañana podríamos tener más suerte y disfrutar de la
vista desde un mirador…despejado, ya que éste sería nuestro destino y además, en el último día de estancia en la isla.
De regreso a casa
localizamos el mirador de la Llania y su aparcamiento para hacer mañana una
senda por el bosque. A poco más de las 18 horas estamos de nuevo en nuestro alojamiento. Hemos
cerrado el círculo de la isla terminando por donde habíamos empezado.
LOS CONTRASTES
Día triste y nublado.
El mar, que aprendí cuando viví en Las Palmas que siempre reflejaba el color
del cielo, también estaba teñido de gris. Se pronostica niebla por donde
teníamos pensado ir hoy. Pero únicamente nos quedaba esta parte, el centro de la
isla, La Llania, así que ascendemos
en esta dirección para hacer una senda con la esperanza de que los pronósticos
no se cumplan.
Pero según ascendemos
tristemente se confirman. Y me culpo por mi mala cabeza. He dado por hecho que
todos los días íbamos a disfrutar de buen tiempo cuando podría no ser así como de hecho ha ocurrido. Si lo
hubiera previsto, habría planificado la visita a esta zona para algún día antes
de hoy y si la niebla lo hubiera impedido siempre podía elegir otro posterior. Haber
cambiado. Ya no podía ser.
A pesar de la niebla, cuando llegamos al aparcamiento ya había varios coches. Hay tres recorridos de menor a mayor distancia para pasear por este bosque de fayas y brezos, y elegimos el de color verde, el más corto.
Abrigándonos bien porque la humedad se notaba,
nos internamos por este mágico lugar y ya desde el inicio nos sumergimos en su
niebla. Caminamos por un bosque de hadas: gigantescos fayales se alternan con
grandes brezos y en algún punto de la senda aparecen enormes pinos. Helechos y
otra vegetación muy variada, tapizan el suelo vistiéndolo de un intenso verde.
Comenzamos descendiendo y como siempre, no puedo evitar pensar que tendré que ascenderlo luego y tal y como son las pendientes por aquí….La niebla y el bosque produce la llamada “lluvia horizontal” y de vez en cuando nos caen gotas de agua procedentes de la humedad condensada que los brezos han ido atrapando y de la que ahora se desprenden. Esa es su forma de captar el agua y sobrevivir.
Continuamos por un camino fácil, en completa soledad, acompañados únicamente por el canto de los herrerillos y pinzones con el ruido del crujir de las ramas de los árboles al ser mecidas por el viento. La niebla va y viene con el viento y parece jugar con nosotros.
Después este bosque de fayas y brezos pasa a ser sustituido por uno de pino canario en el bailadero de las brujas para poco después reaparecer el brezo según ascendemos por lo que parece un cono volcánico hasta llegar al mirador de Fileba pero….no conseguimos ver nada privándonos de disfrutar de un paisaje geológico de interés ya que debe ser un cráter. Una densa niebla nos rodea y no deja de acompañarnos en nuestro ascenso hasta el mirador de la Llanía, donde tampoco podemos ver nada.
En nuestro camino hemos podido ver algún aljibe que otro, importantes en su tiempo para la supervivencia de la población.
Y finalizamos en el aparcamiento donde
comenzamos, en el aparcamiento.
Resignados y también enfadada conmigo misma por no haber previsto este meteoro, frecuente a ciertas alturas en las islas, ponemos rumbo a La Restinga.
Tengo que añadir que
había pensado hacer aquí un bautismo de buceo animada por que dicen que los
fondos del Hierro son de los mejores para bucear. Tenía hasta mi certificado médico
de idoneidad, pero…la actividad en sí duraba tres horas empezando a las 12, lo
que nos darían las 15 horas, pero después, tendría que permanecer dos horas más
en La Restinga. Eso era ya demasiado tiempo: 5 horas era casi un día, que de los seis totales, proporcionalmente era mucho para dedicar a una
actividad que iba a durar la media hora de la inmersión y que además, no tendría
lugar en el parque natural porque creo -y no sé si esta información es cierta- que
se precisa un nivel o permiso para hacerlo en el parque. Añado además que Angel no quería sumarse, por
lo que le condenaría a esperar solo tres horas, más las dos añadidas conmigo, así
que sin descartar que lo haga algún que otro día en otro lugar, por ejemplo
Murcia, lo dejé pendiente..
Circulamos por una
hermosa carretera que discurre por un bosque de pino canario. Nos desviamos
hacia un mirador que yo no tenía anotado y que ahora, ni recuerdo, y tampoco me
voy a molestar en buscarlo porque no mereció la pena, pero nada, para
después ir hacia el mirador de las
playas que encontramos en medio de un hermoso y frondoso pinar y este
mirador sí que es bello abriéndose a la costa Este de la isla con el parador
nacional al fondo.
Creo que está paralelo al mirador de Isora y lo que contemplamos era similar pero si bien las vistas desde el de Isora estaban desarboladas y despejadas, aquí el entorno del pinar lo enmarcaba de forma distinta. Dos ángulos diferentes.
Ahora ya ponemos rumbo a La Restinga dejando atrás los bosques de pinos para adentrarnos en un impresionante y desolado paisaje de malpaís similar al del Faro de Orchilla, pero aquí es más brutal.
Somos capaces de ver a simple vista y desde la misma carretera distintos ríos de lavas cordadas que nos invitan a parar para disfrutar de ello en primera línea, sin prisa.
Es un paisaje único de una belleza salvaje y dura que casi nos deja sin palabras. Caminamos con cuidado por aquí y allá girando sobre nosotros mismos para intentar abarcar la inmensidad de esta desolación y de esta belleza tan peculiar.
Llegamos a La Restinga
encontrando un centro de turismo nada atractivo para nosotros por lo que fue
entrar en el puerto por un lado y salir
por otro poniendo rumbo a la Playa de
Tazacorte.
En nuestro camino dejamos la platanera escenario de la serie Hierro para descender vertiginosamente a esta playa donde se concentra a esta hora de comer un nutrido grupo de turismos y dos autocaravanas. Es domingo y encontramos gente disfrutando de su propia comida, protegidos del sol bajo los sombrajos de un merendero y otra comiendo en un chiringuito. También los más valientes disfrutando de un baño. Y es que ahora tenemos calor, contrastando con el frío que hemos pasado esta mañana.
Nos tomamos nuestros bocadillos para partir ya rumbo a casa pero decidimos a última hora “cerrar el círculo” que comenzamos hace cinco días recorriendo la carretera que discurre por el Sur de la isla, parando en el mirador El Julian y dejando a nuestra izquierda el Faro de Orchilla.
Esta estrecha
carretera es sinuosa como ella sola y de hecho, en hacer creo que 20 kilómetros
empleamos casi una hora hasta llegar a la ermita de la Virgen de la Peña. Ahora
el resto de la carretera, ya lo conocíamos.
En Frontera nos encontramos con las arenas de lucha canaria abiertas, por lo que decidimos visitarlas. También guardábamos en nuestra memoria escenas de la serie.
Terminamos donde comenzamos llevándonos la sensación de que de entre todas las islas, y a falta de conocer Fuerteventura y de profundizar en La Palma, ésta era para nosotros, la más bella. Su aislamiento, sus pocos habitantes, el carácter de sus gentes y el tamaño de la isla con todos sus microclimas la hacen especialmente atractiva. Conjuga bosques de cuento con paisajes volcánicos espectaculares. Y algo a destacar: los colores, desde el intenso azul del mar, con tonos esmeraldas, pasando por los ocres, rojos o marrones de sus lavas y el verdor de su vegetación contrastando con los áridos del malpaís.
De ahí el título del relato de este último día y del general, que podrían describir esta isla con pocas palabras: colores intensos, microclimas, ecosistemas y fuertes contrastes aunque más difícil sería hacerlo con los sentimientos y emociones que su contemplación y vivencia provocan. Dejaremos la isla impresionados por su belleza y preguntándonos como hemos tardado tanto en venir a conocerla.
Ya en casa cenamos con tranquilidad y a la mañana siguiente tratando de absorber con todos nuestros sentidos las últimas imágenes desde nuestro balcón, tocó recoger y recorrer los escasos kilómetros que nos separaban del aeropuerto.
Del regreso nada que
destacar. Todo fluido y fácil y de regreso…a la realidad.
Boadilla del Monte, Abril 2022
Mª Angeles del Valle Blázquez